Artículo sobre el pintor cordobés Juan Cantabrana, por Ramón Montes.
La identidad de un estilo es el principal marchamo de la personalidad de un artista, de ahí, que nos sea fácil identificar al artista a través de sus creaciones, al músico a través de sus composiciones, o al escritor a través de sus obras.
Córdoba ha tenido la suerte de poseer numerosos creadores de gran calidad en los que su identidad ha sido muy elocuente, muy clarificadora de una personal forma creativa.
Entre ellos se encuentra Juan Cantabrana, un pintor cuya amplia y rica trayectoria nos viene ofreciendo, tanto calidad técnica, como un indiscutible estilo personal que lo identifica.
Juan Sánchez de Puerta Cantabrana nació en Córdoba el 7 de julio de 1941, comenzando desde la infancia a mostrarse interesado por el arte y en primeros años jóvenes a pintar bodegones, paisajes urbanos de su ciudad, algunos retratos y composiciones con figuras.
Ya por aquellos años, en 1954, recibió clases de dibujo del famoso escultor valenciano, afincado en Córdoba desde 1937, Amadeo Ruiz Olmos (Benetúser -Valencia-, 1913/Madrid, 1993), en su taller de la calle Sánchez de Feria. Posteriormente ingresaría en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos “Mateo Inurria” de nuestra ciudad.
En aquella época juvenil, acostumbraba a salir con un grupo de amigos, también jóvenes e ilusionados artistas, a pintar por plazas, callejas y rincones del casco viejo de la ciudad; y fue entonces, en la plaza del Cristo de los Faroles, cuando conoció al pintor salvadoreño Pierre de Matehu Montalvo (Santa Ana -El Salvador-1900/Madrid, 1965), quien había venido a Córdoba a pintar típicos rincones; iniciando con él una amistad, y aprendiendo y practicando el uso de la espátula mientras el pintor estuvo en nuestra ciudad.
Se marcha a Madrid en 1959 para recibir clases del pintor Daniel Vázquez Díaz, en su estudio de la calle María de Molina; y posteriormente realiza cursos libres de “Estudio de ropajes” y “Figuras en movimiento” en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando en su antigua sede de la calle Alcalá.
En 1960 realiza un primer viaje a Francia, formando parte de un grupo de jóvenes artistas postimpresionistas en Sant Michel -París-, que repetiría en viajes posteriores. En Madrid, donde permaneció durante veintidós años, comenzó a realizar exposiciones, como la de la “Sala Céspedes” del Real Círculo de la Amistad de Córdoba, en 1966; y la de la Galería Toisón de Madrid, en 1968. En esta época se integra en el grupo Nueva Figuración Española y realiza una serie de paisajes del Parque del Retiro de Madrid, con los que investiga sobre la luz y el color.
Los años setenta fueron trascendentales para su evolución pictórica; formó un grupo con algunos artistas de Nueva Figuración Española, con los que frecuentemente, durante tres años pintaron paisajes en los alrededores de Príncipe Pío y la Estación del Norte; en el grupo estaban, entre otros, José María Aguado, Ricardo Pecharromán, José Andrés, Marcos y Hugo Lara.
Dentro de esta época de eclosión creativa, en 1972 conoció al mecenas Nicolás Puech Hermès, a quien retrató y a partir de entonces promocionó la pintura de Cantabrana y le representó durante dos años, entre Madrid, Tour y París.
Del 22 de mayo al 5 de julio de 1974, la madrileña Galería Theo organizó la exposición “Cien años de arte francés: exposición homenaje en el primer centenario de los impresionistas”; esta exposición y, en especial, la obra de Pierre Bonnard Estudio de rosas rojas, supusieron un fuerte impacto en el espíritu inquieto de Cantabrana, de ahí que su colorido, a partir de entonces, se enriqueciera aumentando la gama de violetas y azules.
Del 22 de mayo al 5 de julio de 1975, la Fundación Juan March organizó una exposición antológica al pintor austriaco expresionista Oscar Kokoschka en Madrid. Junto a Ricardo Pecharromán tuvieron la oportunidad de conocer personalmente a Kokoschka y a su obra lo que fue trascendente en su inquieta evolución estética.
En la evolución técnica de esta etapa de la década de los setenta, se aprecia su tránsito por unos registros técnicos impresionistas. En sus composiciones emerge, contundente, la pincelada de acusada materialidad para configurar tanto paisajes como interiores; tal es el caso de El amanecer en la Estación del Norte y El ventanal. A ella le seguiría, en la década de los ochenta una tendencia más clara hacia la configuración de su estilo más personal y en el que lleva trabajando en las últimas décadas.
En 1979 retornó a Córdoba para desarrollar sus proyectos artísticos, en los que aplica su teoría de los “iris”; una persona y experiencial concepción de los contornos visuales entre las zonas de luz y de sombra, que sustenta la técnica que viene desarrollando desde entonces.
La fuerte pincelada impresionista se pierde, expandiendo sus colores, que se suavizan y tornan en gamas que buscan la transparencia. En esta etapa su temática es amplia: retratos, paisajes urbanos, jardines, interiores y monumentos arquitectónicos, enriquecen su amplia y variada producción; ejemplo de ello son: Figura y amapolas, Terraza con sol y Retrato de Carmen.
Entre 1980 y 1981, viajó a los Estados Unidos, junto a su marchante David Vaughan. Realizó numerosas visitas al Museo Metropolitano de Nueva York y contactó con numerosas galerías de la ciudad, como la Galería Stampfly, y la Galería Marisa del Re, en las que expone.
En Córdoba, a partir de 1983 realizó numerosas exposiciones. Una nueva inquietud emergió de su mente creadora, el iniciar una serie de grandes formatos sobre escenas del Nuevo Testamento, con su primera composición La resurrección de Lázaro, 1982, a la que seguirían otras, como Crucifixión, La última cena o Cristo yacente.
Será ya, a partir de los años noventa y hasta la actualidad, cuando desarrolla la anterior tendencia y desarrolla la que podemos considerar su etapa de plenitud. La temática sigue siendo amplia, y se aprecia un estilo que deambula sobre la búsqueda de la transparencia y la luminosidad, consiguiendo unos efectos de genuina claridad en la luz y el color, como elementos que configuran sus composiciones. Su temática continúa con los asuntos anteriores, ampliándose con desnudos, retratos, autorretratos y elementos propios de los bodegones. Muestra de ello son Desnudo en el baño -década de los noventa-, Desnudo violeta, 2000 y Joven leyendo y rosas, 2000.
Ya en sus primeras exposiciones, como es el caso de la de 1968 en la Galería Toisón de Madrid, presenta una serie de bodegones, junto a interiores, en los que emplea la estética impresionista. Su técnica utiliza empastadas y anchas pinceladas, dentro de un cromatismo en el que predominan las tierras y los azules. En los años siguientes proseguiría con esta técnica, aunque diversificando la temática, pero manteniendo el vínculo impresionista. Entre sus obras dentro de la temática del bodegón es admirable Composición con margaritas, 1979.
En los periodos posteriores, en los que va decantándose hacia un estilo más personal y técnicamente más luminoso y transparente, los elementos, que ofrecen atisbos propios de los bodegones, van apareciendo dentro de temáticas diversas, como escenas de interior y escenas bíblicas.
En las primeras, como, Vino y rosas, 1997, Composición con manzanas, 2017, y Composición con Lhasa, 2018, genera un juego de colores, luces, brillos y transparencias, que atraen seductoramente la atención del espectador, no sólo visual sino emocional.
En el caso de las escenas bíblicas, en las que por su asunto introduce elementos propios de los bodegones, los presenta en todo su esplendor, con toda su fastuosidad y atractivo gastronómico. En La Cena de Betania, 2014, ofrece una mesa en la que, junto al intimismo de la escena, reforzado por la luz de las velas, emerge la fastuosidad de los frutos que pletóricamente la ocupan. De igual manera, en Hijo Pródigo II, 2016, se compone un verdadero bodegón en el ángulo inferior derecho de la pintura, que ofrece una rica muestra, tanto frutal como floral y de vajilla, que nos seduce en su contemplación.
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