Por Luis Celorio, director del Museo Casa del Agua
Las pesquerías eran espacios acotados por medio de presas o diques en puntos concretos de los cursos fluviales, a los que el agua llegaba encauzada por un canal. En nuestra latitud muchas se localizaban en las presas y canales de los molinos del río Guadalquivir a su paso por Córdoba, sobre todo cuando no era época de molienda.
Conocemos la existencia de una pesquería de camarones de rio en una isla de los Sotos de la Albolafia frente al Alcázar.
Los arrendamientos de las pesquerías solían hacerse por períodos de tiempo cortos, a menudo inferiores al año, la práctica del subarrendamiento era muy usual, con frecuencia entre los propios pescadores, pudiendo ser, incluso, selectiva.
Así se menciona en un documento de 1520, por el que un tal Pedro Fernández, camaronero, tomó en renta de un pescador, Alfonso García:
“Toda la pesquería de camarones de la isla que es del alcalde del Alcázar Real de esta ciudad, que es en el río de Guadalquivir, para que pesque y se aproveche solamente de los camarones de dicha isla.”
Luis María Ramírez de las Casas-Deza describe así en 1867 la fauna piscícola del término municipal de Córdoba: “En el río Guadalquivir se crían barbos, tencas, sabogas, anguilas, albures, y en las grandes avenidas suben del mar el sábalo, el róbalo (La lubina) y el sollo (esturión)”.
Todas estas especies forman parte del pasado de nuestra ciudad y con ellas se han perdido no sólo el patrimonio natural que representaban, sino también una parte del patrimonio cultural, técnicas de pesca, regulación comercial e incluso algunos dichos andaluces como “Estas más gordo que un sollo” que carecen ya de significado.
El abastecimiento de pescado una vez capturado, era necesario distribuirlo hacia los lugares de consumo.
En Córdoba como en otras ciudades de interior, el pescado de agua dulce atrapado en los ríos y arroyos de sus respectivas jurisdicciones estaba sometido a fuertes medidas proteccionistas que impedían sacarlo o venderlo fuera del término municipal, algo que estaba justificado porque en muchas de esas ciudades, sobre todo las más alejadas de las costas, este era el único pescado que se consumía verdaderamente fresco.
Por eso, multitud de disposiciones defendían el derecho preferente de cada pueblo al pescado cogido en las que podrían denominarse sus aguas fluviales.
Las principales formas de consumo del pescado marítimo en las ciudades del interior, fueron el salado, escabechado, ahumado, cecial o secado al aire, ya que sólo así podían combatirse los riesgos de corrupción del mismo, sobre todo en épocas estivales.
El municipio intervenía en todo lo relacionado con la venta del pescado, no podemos olvidar que se trataba de un producto de gran demanda porque las prescripciones de la liturgia cristiana obligaban a consumirlo en determinados días y épocas al año, de ahí el interés por su buen aprovisionamiento.
La preocupación por el buen abastecimiento de pescado a la ciudad impulsó al concejo a valerse, como ocurría con la carne, del sistema de “obligados”. Se trataba de personas que, legalmente, se comprometían a suministrarlo durante un período concreto en el que se convertían en monopolizadores del abasto en la ciudad.
La venta del pescado se realizaba, además de en la Corredera, en distintos puestos y tenderetes ambulantes situados en otras plazas y mercados de la ciudad, como la de San Agustín, la de Santa María y en la zona próxima a la puerta romana de la pescadería, en las inmediaciones del río, y en la cruz del Rastro de hecho el nombre antiguo de la calle Cardenal González, era el de la pescadería.
Una curiosa preocupación del municipio cordobés en relación con el aprovisionamiento de pescado, fue dar prioridad a los consumidores cristianos que lo compraran para los días de ayuno frente a judíos y moros: para ello se dictaron disposiciones claramente discriminatorias para estas minorías religiosas como la que establecía “quel día del vyernes o del miércoles nin en la Quaresma que ningunos judíos no compren pescados frescos en la pescadería fasta medio día, sy non que pierda el pescado que la adquisición del pescado una vez que los cristianos estuvieran bien abastecidos”, esta práctica estaba generalizada en muchas otras ciudades.
Referencias bibliográficas:
Pilar Hernández Íñigo (Universidad de Córdoba)
Luis María Ramírez de las Casas-Deza
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