Por Ramón Montes
En toda obra artística emergen los más íntimos rasgos de la personalidad del artista que la crea; desde sus más ocultas frustraciones hasta sus más anhelados deseos, pasando por las vivencias más patentes. La obra se convierte así en una impronta de sí mismo, una transcripción de su mundo interior y vital, en el que lo personal, social, emocional y experiencial se combinan en una singularidad expresiva y estética. En Salvador Morera se aprecian estos rasgos tan identificativos de la personalidad artística y que se pueden concluir en su pureza expresiva, como fruto de un espíritu inquieto, honesto y sensible.
Salvador Morera nació en Peñarroya-Pueblo el 27 de abril de 1944. Tras perder a sus padres, con tres años ingresa en la Casa-Cuna de Córdoba. En 1955 supera las pruebas de ingreso en la Escuela de Artes y Oficios de la ciudad iniciando en el curso 1955-56 estudios de dibujo artístico, modelado y composición, composición decorativa y pintura, hasta 1963. Fue entonces, con 18 años, cuando se marchó a Alemania para trabajar, donde estaría dos años, para trasladarse posteriormente a Bélgica y Holanda. Con 32 años regresó a Córdoba, donde se instaló definitivamente en 1987, adquiriendo una casa antigua en el número 17 de la Plaza de Muñoz Capilla, a la que sometió a una importante restauración para establecer en ella su Casa-Museo y su taller.
Creativamente es un artista inquieto, en el que sus señas de identidad básicas son la honestidad y la sensibilidad, lo que determina que sus creaciones emerjan con una acusada pureza expresiva. De estos rasgos personales, junto a su manifiesto sentido crítico, se configure una personalidad artística de apreciable singularidad y valor creativo. Ya en su estancia en Bélgica y Holanda se sintió muy influenciado por Vincent van Gogh; en él vio la fuerza, la expresión y la libertad sin falso pudor. Sin embargo, exigente con sus propias creaciones, evolucionó y se sintió atraído por el surrealismo; tendencia, en la que encontró el atractivo del simbolismo, que nunca ha dejado de emplear, pero en la que la exigencia de la precisión del dibujo y la lentitud en la elaboración le era tediosa.
Su inquieto tránsito por diversos movimientos le llevó hacia el impresionismo y el expresionismo, que a la vez le servirían de camino hacia el cubismo, tendencia que sirvió de ámbito para gran parte de sus creaciones posteriores.
Dentro del ámbito pictórico de su amplia producción, es destacable en sus inicios de admiración por el impresionismo su obra Mujer gallega, 1970. De ahí evolucionaría hacia unas interesantes composiciones en las que el artista se acerca al realismo, aunque sin olvidar la libertad cromática con una clara intencionalidad expresiva y estética, como es el caso de Toque, 1987; y Adornos merecidos, 2016.
Sin embargo, la inquietud y la búsqueda constante de temas, efectos y sensaciones en su extensa producción le hace caminar por diversas tendencias, a veces de manera clara y concisa, y otras en una evidente síntesis o amalgama para conseguir los resultados apetecidos.
Así, dentro de un realismo simbolista ha creado obras muy elocuentes de su sensibilidad y admiración como es el caso de Teresa, 2000; El agujero, 2000; o El peso del arte, 2000. Finalmente, la estética cubista se convertiría en el cauce creativo que proyectaría en su obra; los espacios compartimentados, los diferentes puntos de vistas, los contrastes cromáticos y espaciales comenzaron a configurar sus obras, al margen de la técnica empleada; y, como no, la propia evocación a la iconografía empleada por el propio Picasso. Dentro de esta tendencia son destacables, a modo de ejemplo, obras como: Mujer y paloma, 2011; El rapto de las sabinas, 2017; Músicos callejeros, 2018; o Románticos, 2019.
Sin embargo, Salvador Morera no es un artista centrado en una única línea expresiva y una única técnica, sino que es, ante todo, un creador polifacético; su inquietud artística ha transitado en técnicas tan diversas como la cerámica, la escultura, la pintura, el dibujo y la vidriera.
En las propias calles de Córdoba y en recintos públicos se encuentran algunas muestras de su arte, como es el caso de esculturas en hierro, en las que se articulan estéticas cubistas, simbolistas y expresionistas: Homenaje a la Paz por Córdoba, en la Plaza de Muñoz Capilla; Homenaje a la Paz del Sur, en el cruce de las calles Escritor Mercado Solís con Fernando Amor y Mayor (Arroyo del Moro); Homenaje al Libro, en el Instituto de Educación Secundaria “Ángel de Saavedra”, y Homenaje al cante hondo, en los Jardines de Las Margaritas.
De sus numerosas vidrieras, destacamos la realizada para el Restaurante “Almudaina”; impresionante, colorista y luminoso repertorio de personajes, monumentos y gastronomía de Córdoba; y Adán y Eva en el Paraíso, 2008.
Y entre su dilatada producción cerámica, tanto en azulejería como en vasijas, nos llaman la atención por su calidad técnica y efectos estéticos: Las manos blancas por la paz, 2018; Córdoba en Mayo, 2018; y Cuatro palomas, 2018.
Sus obras han sido conocidas a través de numerosas exposiciones individuales, entre las que destacamos: Pintura impresionista de Salvador Morera, Diputación Provincial de Córdoba, 1974; Pinturas y cerámicas de Salvador Morera, Galería Caja Provincial de Ahorros, Granada; Pinturas y esculturas de Salvador Morera, Galería Studio 52, Córdoba, 1981; Pinturas y esculturas de Salvador Morera, Galería Orfila, Madrid, 1985; La Casa Museo de Salvador Morera, Ateneo Mercantil, Valencia, 1992; Salvador Morera. Oficio y Vocación, Sala de Exposiciones de Caja Extremadura, Cáceres, 2002; y Salvador Morera. Retrospectiva, 1990-2019, Diputación Provincial de Córdoba y Centro de Arte Rafael Botí, Córdoba, 2019.
De igual manera ha participado en numerosas exposiciones colectivas como: Pintores y escultores cordobeses. Pro Museo Alfonso Ariza, Liceo Artístico, Córdoba, 1976; Homenaje de la escultura cordobesa a Mateo Inurria, Diputación Provincial de Córdoba, 1984; y Artistas de nuestra tierra. Galería de Arte Ocre, Córdoba, 1989.
Dentro de su iconografía plástica es muy corriente que aparezcan elementos vinculados con la gastronomía, en su más amplia variedad, tanto de productos naturales, procesados, vajillas y otros útiles.
Así, en su obra Toque, 1987, dentro de un realismo impregnado de un sutil surrealismo, recurre a una evocación miguelangelesca para explicitar la conexión entre lo natural y lo artificial. Dentro de la misma línea estética, realizó Otoño del labrador, 1990, en el que conforma un bodegón de frutas de otoño, con todo su esplendoroso y vivo colorido, enmarcadas en la frialdad del papel arrugado y los guantes de trabajo.
Dentro de una línea más surrealista, en la que el simbolismo es el lenguaje predominante, realiza composiciones, como verdaderos bodegones, en los que pretende ofrecer un discurso subliminal, entre la crítica y el testimonio; tal es el caso de El aperitivo, 2001; La hora del café, 2001; Otoño del ceramista, 2001; y Viernes Santos, 2016.
Y como colofón a esta sucinta reflexión sobre la temática del bodegón en Salvador Morera, es obligado citar El rapto de las sabinas, 2017, en la que bajo estética cubista con claros referentes picassianos y elementos gastronómicos, reinterpreta la famosa leyenda mitológica.
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