Por Ramón Montes.
Escribir sobre Emilio Serrano Ortiz (Córdoba, 1945-2012) es, ante todo, manifestarse sobre un artista con rigor en sus creaciones y que, a lo largo de sus años de vida, ha buscado una producción en la que el conocimiento, la técnica, y la sensibilidad siempre han estado presentes. Desde niño manifestó su interés en el dibujo; de ahí, que tras cursar estudios de Dibujo en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos “Mateo Inurria” de Córdoba, pasó a la Escuela Superior de Bellas Artes “Santa Isabel de Hungría” de Sevilla, para terminar sus estudios universitarios en la Facultad de Bellas Artes “San Jorge” de Barcelona, donde obtuvo el título de Profesor de Dibujo, en la Especialidad de Pintura.
Sus inicios docentes los comenzó, entre 1970-72, como profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba y posteriormente, entre 1979-1982, como profesor de pintura en la Facultad de Bellas Artes “San Jorge” de Barcelona; volviendo a la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba en 1982. En 1999, ingresó como Académico Correspondiente en la Real Academia de Córdoba, de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes; accediendo a Académico Numerario en 2006. Posteriormente, en 2012, ingresó en la Real Academia de Bellas Artes “Nuestra Señora de las Angustias” de Granada, como Académico Correspondiente.
Analizando su creación artística se aprecian diferentes etapas por las que transita y que son toda una muestra de su aprendizaje, inquietudes, experiencias y, sobre todo, la búsqueda de unas creaciones en las que predomina la búsqueda del perfeccionamiento técnico, la originalidad temática y la consecución de una identidad personal. Desarrolló su obra fundamentalmente en el dibujo y en la pintura, si bien, tras terminar sus estudios en Barcelona desarrolló una experiencia en el diseño textil, y posteriormente en el grabado, llegando a crear la Asociación de Grabadores de Córdoba en 1992, en la que se integraron el escultor Francisco Luque Palma y los pintores José Castro Cadenas, José Márquez Montero, Rafael Pineda, Pablo Ruiz, José Vega Millán, José Luis Muñoz Luque y Miguel Jiménez Richarte.
Como fruto de su producción y proyección en el mundo artístico consiguió varios premios en dibujo, pintura y grabado; y realizó exposiciones individuales y colectivas en importantes galerías, tanto en Córdoba –Galería Studio y Galería Ocre-, como en otras localidades –Ramón Durán Galería de Arte Contemporáneo, de Madrid; Galería D´Art La Pedrera, de Barcelona; Museo de Bellas Artes de Sevilla; y Galería Ángel Granero, de Bruselas-.
Tras su fallecimiento, su obra ha sido valorada en exposiciones retrospectivas –Diputación Provincial de Córdoba; Museo Cerralbo, en Madrid; y Fundación Cajasol, en Córdoba-.
En su variada producción, y en especial en sus pinturas y dibujos, las frutas han sido un elemento muy presente, apareciendo ya en sus trabajos iniciales como estudiante de Bellas Artes; como es el caso de las pinturas Bodegón con peras, 1963, y Bodegón de cántara, 1964; si bien, en estos caso sólo fueron trabajos académicos de aprendizaje impuesto. Tras más de una década, y como elementos recurrentes para sus composiciones pictóricas, empiezan a emerger de forma más continua frutas, flores y otros elementos relacionados con los sabores y olores, como en Poema a Córdoba (San Rafael de Córdoba), 1975, en el que incluye en la composición una ramo de claveles; Recuerdo de mi infancia, 1976, en el que presenta sobre un aparador un frutero de vidrio con algunas frutas así como un clavel sobre el mármol de la cubierta; y San Rafael, 1976, en el que incluye un pan y unos claveles.
Será en su etapa final, a partir de 2004, cuando tome la iniciativa de representar en sus pinturas, de manera muy realista, variados aspectos de elementos relacionados con las frutas y las flores, un verdadero poema a los sabores y olores frutales, adornados por la belleza de las flores: Bodegón de sandía, 2004; Cesta de mimbre, 2004; Bodegón de uvas blancas y negras, 2004; Homenaje a Romero Barros, 2004; Bodegón con reloj, 2011; y Homenaje a Córdoba, 2011, su inacabado testamento artístico. En todas estas pinturas se aprecia, junto a la maestría en el dominio de la técnica, un sentido, más que sensual, que despiertan los frutos representados. No es solo el realismo con el que los conforma, sino la viveza del color, la sutileza de sus fondos, y la delicadeza de los paños, encajes y bordados con los que viste los soportes de los fruteros, cestas y copas; todo un alarde de delicadeza que oscila entre la realidad y el preciosismo.
Si en su pintura alcanzó altas cotas estéticas, en el dibujo desarrolló una amplia producción, en el que igualmente integró en sus composiciones diversas frutas, ya fueran como integrantes de bodegones, o como simplemente elementos sugerentes y de exorno.
Sea con la motivación que fuese, lo cierto es que tenemos muestras de que durante la década de los ochenta del pasado siglo, comienzan las frutas a aparecer en sus dibujos, como es el caso de ¿A quién pediremos noticias de Córdoba?, 1989; una composición al grafito sobre tabla, con imprimación a la media creta, con la que prácticamente inicia una amplísima serie con esta técnica, que le permitiría conseguir una reconocida fama de dibujante.
En esta sugerente obra representa en un primer plano una mesa sobre la que sitúa una composición en la que destaca un frutero de vidrio con unas granadas, y al fondo una vista de la Mezquita-catedral de Córdoba. A partir de aquí, realizaría numerosos dibujos al grafito sobre tabla.
Emilio Serrano siempre valoró el dibujo, no sólo como como instrumento, sino como finalidad artística en sí misma. Aún recuerdo la claridad y precisión de sus explicaciones sobre sus dibujos, que me daba a las puertas de la Facultad de Filosofía y Letras; toda una lección de un gran maestro pletórica de humilde sencillez y honestidad. Dentro de su obra, el dibujo ocupó un lugar privilegiado, siendo el medio, auténticamente poético de expresar su personal percepción de la belleza, de los objetos cotidianos, del paisaje, de las alegorías, y de los recuerdos cargados de nostalgia. Son numerosos los dibujos realizados mediante esta técnica que nos han quedado, y en los que, como bodegón o elemento de adorno, incluye elementos frutales.
Entre ellos podemos citar algunos como: Interior en dos tiempos, 1989; Maternidad andaluza, 1990, verdadero poema dedicado a la mujer-madre andaluza; Los frutos de la vida, h. 1991-92; Cesta de mimbre con granadas, 1998; Brevas, 2000; y Alpaca con peras y uvas (Bodegón), 2004. Todos ellos, verdaderos estudios cargados de precisión y sublimación de los propios valores plásticos del referente representado.
Dentro de esta técnica, son destacables un grupo de dibujos de mayor formato, en los que consigue unas calidades técnicas y expresivas, en las que junto con la precisión de los trazos se sugieren efectos que oscilan entre la finura del trazo y la evanescencia de los objetos, entre la realidad y la alegoría, entre la consciencia y el ensueño.
Estas obras se han convertido, a lo largo de unos años, en auténticos modelos de su obra e iconos de su maestría: El sueño, 1998; Homenaje a las Bellas Artes, 1998; Laúd (Musicalidad de Córdoba), 1998; Homenaje a la Música, 1998; y La espera, 1999. En todas ellas, aunque la temática tenga su propia entidad, las frutas se convierten en un elemento presente que aporta ternura, y la sugerente evocación de sabores y olores propios de la nuestra tierra.
Para leer todos los artículos de Ramón Montes en esta web, pinchad AQUÍ.