El Olivo de la Mezquita

José Mª Penco. 2021 

A los humanos nos fascinan los pájaros porque vuelan por si mismos y nosotros no podemos hacerlo, nos fascinan los peces porque pueden pasar toda su vida bajo el  agua y nosotros apenas un minuto, y nos  fascinan los árboles centenarios porque son seres vivos capaces de vivir varios siglos y nosotros a duras penas alcanzamos  la centena. 

Fuente del Olivo de la Mezquita 2021

Eso es, simplemente, lo que hace que veneremos a los árboles capaces de vegetar doscientos,  quinientos o hasta mil años, seres  vivos por  donde  la  savia  fluye  sin  cesar durante siglos y siglos, ejemplares únicos que dibujan troncos imposibles y  bellos moldeados por  el  paso  del  tiempo,  criaturas  que  sobreviven, insolentes,  a decenas  de  nuestras generaciones,  ejemplares que  conocieron  a  nuestros  antepasados… e incluso  a  nuestros ancestros nombrados  en  las referencias  históricas más lejanas. 

Datar  los  árboles  en  general,  y  los  olivos  en  particular, no  es  tarea  fácil.  Existen  varios métodos de aproximación a la edad de un árbol. El más antiguo y extendido  es la dendrocronología, ciencia que determina la edad de un árbol en  función del  número  de  aros en  la  sección  transversal  del  tronco.  La  dificultad  que  presenta  este método es que cuando los  troncos de los árboles quedan huecos por el paso  del  tiempo,  resulta  difícil  este  conteo. Y  en  el  caso  del  olivo  esto  se  da  especialmente, debido a la podredumbre de la parte central del tronco provocada  por la actividad de hongos y la humedad, enfermedad llamada caries. 

Por  otro  lado, los  árboles  también  se  datan  mediante  el  carbono  14,  es  decir  determinando  la  concentración  de  este  isotopo  que  nos  informa  del tiempo  que  hace que un tejido orgánico ha muerto. La dificultad de este método reside en que  es  difícil  encontrar  materia  orgánica de  cuando  ese  árbol  nació,  puesto  que  los  tejidos vegetales van renovándose… entonces esta metodología nos dirá un mínimo  de años que tiene ese ejemplar, pero difícilmente su edad real. 

Un  tercer  y  certero  método  que  existe  para  datar  los  árboles  centenarios  es  conocer  las  fuentes  escritas  o  gráficas  de  cuando  aquel  ejemplar  fue plantado  y,  ¡eureka!, este es el caso del Olivo de la Mezquita. Por viejos archivos que yacen en  el Cabildo Catedralicio sabemos que este árbol fue plantado en el año 1741, junto a  diez naranjos y alguna higuera,  fecha en que se inauguró la actual  fuente llamada  del olivo, es decir hace ahora nada menos que 280 años. 

Foto antigua de la Fuente del Olivo de la Mezquita

Los olivos se plantan a partir de otro ejemplar adulto, enraizando una estaca, por  tanto su  genética  es  idéntica  a  ese  parental.  En  consecuencia, la  variedad  de  un  ejemplar será la misma que la del material vegetal de donde procede. Se desconoce  con certeza la variedad de este olivo, pero nos gustaría soñar que proviene de un  cultivar cercano a nuestra ciudad, quizá provenga de los olivos que vegetaban en la  Sierra  Morena  cercana  a  Córdoba,  allá  donde  convivieron  los  monasterios  mozárabes con el todopoderoso Califato… pero eso será otra historia.

Lo  que  si  sabemos  con  certeza  es  que este  legendario  ejemplar fue  plantado  cuando reinaba en España el primer Borbón, Felipe V, apodado el animoso y nieto  del Rey Sol. Tenía nuestro olivo solo 20 años cuando los españoles se amotinaban  frente al ministro Esquilache por la imposición de la vestimenta y el alto precio del  pan.  Y cuando el todavía lozano ejemplar cumplía 40 años se alzaba la Revolución  Francesa convulsionando el equilibrio político europeo. 

Foto antigua de la Fuente del Olivo de la Mezquita

Ha sido  testigo el  Olivo del  Patio  de  los  Naranjos  de  distintas  guerras  y  ocupaciones, es posible que el impuesto monarca francés José Bonaparte también  circundara,  botella en  mano, su  arriate  entre  las  desconfiadas  miradas  de  los  cordobeses de la época, allá cuando visitó nuestra ciudad en 1810. 

Cuadro de la Fuente y el Olivo de la Mezquita, del pintor cordobés Javier Bassecourt

Este árbol  sobrevivió  al  S.XX  con  sus  agitadas repúblicas, efímeros  reinados  y  largas dictaduras,  pasaría  la  Guerra  civil  agazapado  en  una  Córdoba  convulsionada… y así, viendo pasar generaciones y generaciones que llenaban sus  tinajas en la fuente que lo circunda, alcanzó nuestros días. Fotos de los años 20 del  siglo  pasado  nos  dejan  evidencia  de la  sanidad  de  su  tronco  que, desgraciadamente, se ha deteriorado de forma acelerada en los últimos 100 años. 

El árbol está enfermo, tiene caries en su interior lo que ha hecho que el tronco esté  hueco  y  maltrecho,  solo  le  quedan  algunas  vías  de  savia  perimetrales  para  mantener  su  parte  aérea  que,  heroica ella, todavía  nos  regala frescas  aceitunas cada campaña. No sabemos el tiempo de vida que le queda, quizá sea poco… o no…  quizá  vegete entre nosotros otros 200 años más  sobreviviendo a la era digital y observando,  desde el corazón de la Mezquita,  al planeta Marte  poblado de estaciones espaciales… quien sabe. 

Ay olivo de la Mezquita… si tu hablaras.

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