La transparencia y sensualidad de un espíritu: Rafael Botí

Por Ramón Montes

Si algo es verdaderamente significativo en la estima de la producción de cualquier artista es su singularidad, dentro de otros diferentes rasgos que se manifiestan en sus obras. Esa singularidad es lo que verdaderamente se convierte en el marchamo que autentifica la mano creadora, la personalidad del creador de la obra. Pues bien, si en el ámbito de la pintura cordobesa hay un pintor que tiene una personalidad muy explícita y singular ese es Rafael Botí (Córdoba 1900 – Madrid 1995).

Rafael Botí

Para continuar sus estudios se traslada a Madrid en 1917 ingresando en el Conservatorio Superior de Música y en la Escuela de Bellas Artes de la Real Academia de San Fernando. En el mismo año obtiene la plaza de profesor de viola en la Orquesta Filarmónica de Madrid y en 1930 de la Orquesta Nacional de España. En el ámbito de su formación pictórica es importante señalar que desde 1918 asistió como alumno al taller de Daniel Vázquez Díaz, con el que mantuvo desde entonces una gran amistad.

Sus pinturas han gozado siempre de un gran atractivo y recepción por galeristas, agentes culturales y público; prueba de ello es que han estado en unas sesenta exposiciones individuales por numerosas localidades españolas, destacándose: Córdoba, Madrid, Sevilla, Salamanca, Bilbao, Barcelona, …; y también algunas extranjeras: París, Nueva York, Rabat, …

Es significativo que, si bien en vida gozó su obra de un notable interés, tras su fallecimiento este interés se mantuvo y hasta aumentó, prueba de ello es que más de la mitad de estas exposiciones se propiciaron a partir de ese momento. Igualmente, en el ámbito de las exposiciones colectivas la presencia de sus pinturas fue amplísima, llegando a más de trescientas.

Su obra ha sido siempre esperada, seguida y disfrutada por el público y la crítica, gozando a lo largo del tiempo de una entrañable y cálida valoración artística.

Desde los comienzos de su carrera artística se ha visto gratificado por distinciones y premios, fruto de la alta consideración en que era tenida su obra pictórica.

Entre otros podemos destacar: que en 1920 fue pensionado por la Diputación Provincial de Córdoba para ampliar sus estudios en Madrid; posteriormente en la misma institución le pensionó en 1929 y 1931 para que ampliara estudios en París; en 1979 fue nombrado por el Ayuntamiento de Córdoba “Hijo Predilecto” y le impuso la “Medalla de Oro de la Ciudad”; en el mismo año, la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, le designó como Académico Correspondiente; en 1980 el Ministerio de Cultura le concedió la “Medalla al Mérito en las Bellas Artes”; en 1998, la Diputación Provincial de Córdoba creó la “Fundación Provincial de Artes Plásticas Rafael Botí”, como dinamizadora de las artes plásticas contemporáneas, y el Centro de Arte Rafael Botí.

Igualmente, en consideración a sus valores, sus pinturas se encuentran en numerosos museos e instituciones como el Museo de Bellas Artes de Bilbao, Fundación Provincial de Artes Plásticas Rafael Botí, Museo de Bellas Artes de Córdoba, Museo Provincial de Jaén, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, entre otros. 

En los años en los que marcha a París, pensionado por la Diputación de Córdoba, entra en contacto con los últimos movimientos de la vanguardia y con pintores españoles de la conocida como Escuela de París. Será entonces cuando conozca de manera directa las pinturas de los fauvistas y los nabis, cuyas creaciones impregnarán sus obras posteriores.

Ya en sus primeras pinturas, siendo muy joven, se aprecia su personal tendencia hacia la sencillez de las formas, la fuerza sensual del color y la identificación anímica con el asunto representado.

Muestra de ello se aprecia en: Entrada al Santuario de la Fuensanta, 1917; Las Ermitas de Córdoba I, 1925; y El patio de la Fuensanta (Córdoba), 1925. Junto a los paisajes urbanos y temas localistas que le atraen, también muestra su preferencia sobre los paisajes abiertos y naturales como: Alcornoques en la sierra de Córdoba, 1922; Fuente Goiri (Deusto), 1925; o Árboles del Botánico (Madrid), 1933.

Tras la guerra civil, continúa con la misma línea artística, aunque más pronunciada y asumida. De sus pinceles brotan nuevos paisajes urbanos y naturales, interiores y como nuevas temáticas las flores y los bodegones.

Desde el comienzo de su carrera artística ha dejado constancia de su especial interés por su ciudad natal, reflejándola a través de sus espacios más representativos y típicos. Además de los anteriormente citados, son destacables: Córdoba callada, “Arquitectura cordobesa II” o Cuesta del Bailío, 1960; Cristo de los Faroles, 1970; Patio de la Judería, 1972; y La fuente del olivo (Patio de la Mezquita), 1973.

Como ya indicamos anteriormente, en su amplia producción comenzó a aparecer la temática del bodegón, especialmente centrado en las frutas como referente. Estas pinturas, aunque dentro del ámbito figurativo pretenden, al igual que en otros temas tratados por el pintor, transfigurar los elementos al estilo formal, cromático y estructural en el que se mueve el artista.

En prácticamente todas sus pinturas, pero de manera muy especial en las que reflejan la temática de los bodegones y las frutas, Botí refleja cierta influencia del posimpresionismo, especialmente de Cèzanne, y también de los fauves y nabis.

No hay que olvidar su contacto con estas corrientes en sus años parisinos. Estas influencias, aunque ya presentes en sus primeras pinturas, contribuyeron a ir perfilando su estilo. 

Albaricoques, 1970

Entre sus primeros bodegones son destacables: Bodegón de la botella, 1943; Bodegón del caldero, 1945; Bodegón del pan, 1954; y Manzanas y tazón, 1959.  

Es curioso observar como en estos primeros bodegones opta por la típica composición en la que se presentan varios elementos propios de la gastronomía como: la composición en torno a una mesa o tablero, elementos vegetales -fruta y cebollas-, elementos animales -huevos-, elementos de vidrio -botella-, elementos de cerámica -platos, alcuza, tazón, cántara y dornillo-, elementos de metal -almirez- y elementos de alimentación -pan-.

Sin embargo, será a partir de la década de los setenta cuando comienza a simplificar los elementos y a centrarse exclusivamente en la composición con fruta, lo que le da una mayor libertad para trabajar fundamentalmente la forma y el color concreto de las piezas frutales representadas, sin la intromisión de otros elementos que pueden distraer la visión.

Por otra parte, se observa una simplificación de la composición, una mayor libertad en la aplicación del color, así como su aplicación más matérica y una cierta ruptura con los referentes cromáticos naturales.

Peras I, 1970
Brevas 1970
Frutas, 1989

Dentro de esta tendencia son destacables: Albaricoques, 1970; Peras I, 1970; Brevas, 1970; y Frutas, 1989.

Ramón Montes Ruiz

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