La impronta de las vivencias como estética. Miguel Richarte

Por Ramón Montes.

Adentrarse en el mundo de la creación plástica de nuestros artistas siempre nos reporta un amplio bagaje de satisfacciones y nos enriquece estéticamente. Además de los valores técnicos, temáticos y estilísticos de cada uno, hay un valor que fundamentalmente sobresale, y es el de su personalidad; éste lo distingue, lo marca, lo individualiza y además es el vehículo expresivo de sus señas de identidad más personales.

En algunos casos, basta contemplar sus creaciones para apreciar una idea clara de su personalidad. Ellas mismas se ofrecen como clarificadoras del espíritu que las crea, valedoras de un pensamiento, unos valores, unas motivaciones y hasta una ética. Y hago estas observaciones justo cuando me he dejado impresionar por las obras de Miguel Richarte, un pintor, dibujante y grabador nacido en Córdoba en 1954, que en su dilatada obra ofrece una identidad personal, en la que se aprecia la impronta de sus vivencias como motivación y marchamo de su estética, además de un universo selectivo en el que refleja su yo más íntimo.

Desde su infancia manifiesta su predilección y habilidades por el arte y cursa estudios en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos “Mateo Inurria” de Córdoba.

Allí se inicia en la pintura, y continua su trabajo creativo en solitario hasta que el prestigioso artista cordobés José Duarte, uno de los miembros fundadores del Equipo 57, y al que conoce por vecindad, le acepta como discípulo. Así comenzó una fecunda amistad entre ambos que se prolongó durante cinco años en Córdoba y posteriormente en Madrid.

A mediados de los setenta del pasado siglo, Duarte le introdujo en la galería madrileña “Ramón Durán”, con la que firmó un contrato de dos años y realizó una exposición individual en 1976. Duarte le trasmitió todo su conocimiento de pintura y grabado, siendo así su verdadero maestro.

La creación de todo artista es fruto de una serie de factores que concurren en su personalidad: sus cualidades técnicas, su estética, su ambiente familiar, cultural, artístico o religioso, su propia ética, así como su compromiso social. La obra de Miguel Richarte es muy transparente respecto a estos factores, apreciándose en ella unos rasgos que le identifican como dotado de una gran sensibilidad hacia su entorno, que se aprecia ya en sus primeras obras, como es el caso de Silla con maceta, y Zapatos viejos y maceta, ambas de 1974.

En ellas, su objeto artístico está centrado en elementos propios de su mundo cercano, de la casa familiar, en donde aprecia unos valores estéticos en los objetos cotidianos con los que convive y que busca eternizar en sus pinturas.

Pocos años después su objeto de interés evoluciona hacia el paisaje del entorno urbano y, con un espíritu neorromántico y social, en sus lienzos refleja unas visiones entre las que se convierte en testigo de una evolución urbana que convulsiona el paisaje. De este periodo son ejemplos: Fachada con ventana, 1975; Paisaje urbano, 1976; Restos urbanos a las afueras de Madrid, 1976; y Restos urbanos en el paisaje, 1976.

También en estos años deja constancia de su sensibilidad a los testimonios nostálgicos de un presente a punto de desaparecer, como es el caso de Horno de cal del Barrio Viejo del Campo de la Verdad, 1978; en él representa a un calero, molino de cal     o “calerín”; construcción en la que se horneaba la piedra caliza para la fabricación de la cal viva.

Desde finales de los años setenta hasta mediados de los noventa sus creaciones nos muestran un cambio estético, desarrollado dentro de un realismo que roza la fantasía en la que juega con la estilización casi geométrica de las formas, en la búsqueda de un nuevo lenguaje.

De esta etapa son representativas sus pinturas Tronco de árbol, 1979; y Mujer de rojo corriendo en la playa, 1994.

Finalmente, a partir de mediados de los noventa, sus pinturas se centran en una estética realista con unas singularidades propias que determinan una personalidad inconfundible, tanto en los elementos técnicos, como temáticos y de perspectiva personal.

Girasoles, 2004.
Bote de café, 2004.
Cafetera con paño rojo, 2004.

Sus creaciones se centran en los objetos cercanos y vivencias con la intencionalidad de proyectar sus propias experiencias y sus apreciaciones personales. Trata de convertirse en un testigo de su tiempo a través de las escenas, composiciones y objetos representados; para lo que emplea un lenguaje plástico de contundente fuerza y expresividad en los colores y trazos, conformando una pintura de contundente fuerza matérica.

Sus pinturas se convierten en verdaderos iconos de un periodo histórico y social, en auténticos fotogramas pictóricos del mundo que le rodea. De esta última época son representativas sus pinturas: Estufa de gas, 2004; Dos planchas, 2008; Bañistas, 2017; y Bañistas y mujer andando por la playa, 2017.

Junto a su faceta como pintor, también ha desarrollado la de grabador, técnica que aprendió de su maestro José Duarte y que ha venido manteniendo activamente. Tras algunas exposiciones de sus grabados, conoció a Emilio Serrano, quien había aglutinado a artistas cordobeses interesados en el grabado, creando la Asociación de Grabadores de Córdoba en 1992; se unió al grupo y participó en una exposición colectiva del mismo en la Sala de Exposiciones “Cortijo Bacardí” de Málaga, en 1998.  

A lo largo de su extensa trayectoria creativa, dentro de la pintura, el dibujo y el grabado, sus obras han podido admirarse en exposiciones individuales como: Obra reciente de Miguel Richarte, en la galería de Arte contemporáneo “Ramón Durán” de Madrid, en 1976; Miguel Richarte, obra reciente, en la Galería de Arte “José Pedraza” de Montilla, en 2004; o Richarte, obra reciente, en la “Galería Studio 52 – Juan Bernier” de Córdoba, en 2008.

También ha participado en numerosas exposiciones colectivas, desde 1974 hasta la actualidad, destacándose algunas como: Exposición Pintura Joven, en el “Círculo Cultural Juan XXIII” de Córdoba, en 1974; Pintores cordobeses, en “Galería Grin-Gho” de Madrid, en 1978; II Encuentro de artistas plásticos andaluces, en el “Centro Cultural Manuel de Falla” de Granada, en 1982; Grabadores cordobeses del siglo XX, en el Ayuntamiento de Mánchester (Inglaterra), en 1985; Exposición de la Asociación de Grabadores de Córdoba, en la “Sala del Cortijo Bacardí” de Málaga, en 1998; y II Exposición de pintores y escultores cordobeses, en Galería “Arte 21” de Córdoba, en 1999.

Su obra se encuentra en colecciones privada en Córdoba, Madrid, Alicante, Cádiz, Granada, Málaga, Barcelona, California (Estados Unidos) y Osaka (Japón); así como en las Galerías: “Ramón Durán” de Madrid, “Quixote” de Madrid, “Carmen del Campo” de Córdoba, “Verónica” de Oxaka, “José Pedraza” de Montilla y “Amapola” de Mijas (Málaga). Dentro de su dimensión como ilustrador podemos citar las portadas de los siguientes libros: Fiebre de verano, de Juan de Mena, V Premio de poesía Ricardo Molina, Ayuntamiento de Córdoba, 1980; Premios de Narrativa Juvenil. Antología, Ateneo de Córdoba, 2006; y Retorno a Mave, de Manuel Rámila de Alarcón, XX Premio Juan Bernier, Ateneo de Córdoba, 2006.

Dentro de su amplia producción también ha expresado un especial interés en las composiciones que tienen como eje expositivo los elementos o enseres cercanos al mundo de la gastronomía. Estas composiciones, auténticos bodegones, contienen todo un mundo singular de objetos convertidos en iconos de nuestra contemporaneidad doméstica y gastronómica; algo que podemos apreciar en: Mesa con cacharros de cocina, 1974; Mesa con sombrero, cesto y botijo, 1975; Garrafa de vino con maceta, 1978; Cafetera con paño rojo, 2004; Girasoles, 2004; Bote de café, 2004; Cartón de huevos con paño de cocina, 2006; Cartón de huevos, 2007; Mesita con botes, tarro de café y cebolla, 2008; y Peso de cocina con huevos y tomates, 2008.

En estas pinturas refleja con una gran fuerza visual, toda una serie de objetos de su entorno próximo doméstico, desde algunos más tradicionales como el botijo, la canasta de mimbre o la garrafa; pasando por la cafetera “moka express”, diseñada por el italiano Alfonso Bialetti en 1933, verdadero icono del diseño industrial dentro del movimiento “art déco” y del funcionalismo racionalista; y terminando con referencias a enseres, envolturas, o presentaciones más actuales.

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